Cualquier alternativa, pues, que pretenda establecerse entre ellas es falsa, y como tal, la denuncio. Tanto el muro como la espada sólo pretenden mi aniquilación, mi muerte, por lo cual me resisto a elegir.
Si la espada fuera más benigna que el muro, o la pared, menos lacerante que el filo de aquélla, cabría la posibilidad de decidirme, pero cualquiera que las observe -la espada, la pared- comprenderá enseguida que sus diferencias son sólo superficiales.
Sé que tampoco es posible dilatar mi muerte tratando de vivir en el corto espacio que media entre la pared y la espada. (…)
He procurado distraer la atención de la espada proponiéndole juegos, pero es muy astuta, y cuando deja de apuntar a mi garganta, es porque dirige su filo hacia mi corazón. En cuanto al muro, es verdad que a veces olvido que se trata de una pared de hielo, y, cansada, busco apoyo en él: no bien lo hago, un escalofrío mortal me recuerda su naturaleza.
He vivido así los últimos meses. No sé por cuánto tiempo aún podré evitar el muro, la espada. El espacio es cada vez más estrecho y mis fuerzas se agotan. Me es indiferente mi destino: si moriré de una congestión pulmonar o me desangraré a causa de una herida; esto no me preocupa. Pero denuncio definitivamente que entre la espada y la parede no existe lugar donde vivir.
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